Esta sentencia
sencilla es previsible y palpable:
Al que le
haga daño a una mujer, yo lo declaro culpable.
Y en la
condena yo le calmaré su calentón masculino
Privándole de
todo aquello que sea femenino.
Por eso a
perpetuidad lo condeno a renunciar a la plena libertad
Y a la alegría.
Perderá la
dignidad, la esperanza, la amistad, no verá nunca jamás
La luz del día.
Las experiencias,
la chulería, la inteligencia, la valentía.
Y que nunca
disfrute las madrugadas,
La luna, las
canciones y las estrellas.
La arena de
la playa cuando está mojada, la fiesta,
La guitarra
y la botella.
Las miraditas,
las casapuertas, las primaveras.
La cama en
compañía escuchando llover,
La tranquila
raya del atardecer.
Pero si
todavía le quedara hombría con este tormento:
Que todas
las mañanas le quiten las ganas de seguir viviendo.
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