Entre
sus nubes de algodón el cielo presumía,
paseando
por Andalucía a dos inocentes.
Eran las cinco de la tarde,
igual
que Lorca en su romance,
cuando
a los pies de la sultana les cambió la suerte.
Fueron
hasta allí engañados por un tirano,
para
jugar entre los naranjales,
sin
saber que en una hoguera él los condena,
para
arrancárselos a su pobre madre.
"Los
maté porque eran míos" eso pensaría el cobarde,
"Los
maté por ser mis hijos" cuando nunca tuvieron a un padre.
Eran
las cinco, sonaron, y las cenizas volaron, a las cinco de la tarde.
Y
con la mano en el corazón,
¿De
qué sirven las pancartas? ¿Y esas emotivas cartas? ¿Y tantos minutos de
silencio?
Prisión,
hasta pudrirse en una prisión
y
el abogao del diablo que lo defienda en los infiernos.
De
Huelva salieron en puentes de plata,
y
Córdoba llora sonrisas de nácar.
A
las cinco, eran las cinco,
un
asesino, crespones negros le puso a un romance.
Ni
jueces, ni policía, sólo su madre sabía,
y
lo juraba, que los mató aquella tarde.
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